
Vivimos en una época en la que parece que todo va a la velocidad de la luz y donde sentimos presión constante por hacer mil cosas a la vez: contestar correos mientras estamos en una reunión, revisar el móvil durante una conversación o preparar una presentación con la tele de fondo. La multitarea se ha convertido casi en un símbolo de estatus, como si quien más cosas hace simultáneamente fuera, automáticamente, más eficaz y más listo.
Sin embargo, cuando miramos lo que dice la ciencia y lo que cuentan la neurociencia, la psicología y hasta la sociología, el panorama es muy distinto: la supuesta “habilidad” de ser multitarea es, en buena parte, un mito. No es que no podamos combinar tareas en ningún caso, sino que nuestro cerebro tiene límites muy claros, y forzarlo de forma continua tiene un coste en productividad, calidad del trabajo, bienestar emocional e incluso seguridad física.
¿Qué es realmente la multitarea?
Cuando hablamos de multitarea o multitasking solemos referirnos a la idea de realizar varias actividades al mismo tiempo, sobre todo si están relacionadas con el trabajo intelectual o el estudio. La tecnología ha amplificado esta sensación: con el ordenador, el móvil y las apps creemos que podemos contestar mensajes, elaborar un informe, seguir una reunión en videollamada y, de paso, poner la lavadora.
Esta concepción de la multitarea viene heredada del mundo de la informática, donde un ordenador puede ejecutar varios procesos a la vez gracias a su arquitectura. Pero el cerebro humano no funciona como un ordenador con núcleos paralelos, sino como un sistema de recursos limitados que tiene que decidir a qué presta atención en cada momento.
La neurociencia explica que, cuando tratamos de hacer dos tareas cognitivamente exigentes a la vez, lo que ocurre en realidad es que no las estamos ejecutando en paralelo, sino alternando la atención entre una y otra. Es decir, cambiamos de foco muy rápidamente, en fracciones de segundo, y esa alternancia es la que da la ilusión de que estamos haciendo varias cosas simultáneamente.
Además, para que dos actividades puedan solaparse con cierta eficacia, es necesario que al menos una de ellas esté muy automatizada (como caminar, comer o conducir tras muchos años de práctica) y que cada tarea implique circuitos cerebrales diferentes. Por eso podemos, por ejemplo, cocinar mientras escuchamos música, pero nos resulta mucho más difícil escribir un informe mientras respondemos mensajes de texto.
La ilusión de la multitarea: cómo funciona el cerebro
El mito de la multitarea nace, en buena medida, de una comprensión simplista de cómo procesa la información el cerebro. Nuestro sistema nervioso tiene que supervisar constantemente lo que hacemos: ajustar la fuerza con la que agarramos un vaso, corregir un paso en falso al caminar, modular el tono de voz al hablar… Todo esto consume recursos, aunque se haga de forma automática.
Cuando intentamos sumar varias tareas exigentes, esos recursos se reparten y aparece la sobrecarga. La corteza prefrontal, responsable de las funciones ejecutivas (planificación, toma de decisiones, control de la atención), es la que dirige ese “tráfico” de tareas. Si la saturamos, bajan la precisión, la memoria de trabajo y la capacidad de tomar buenas decisiones.
En realidad, lo que hacemos la mayoría de las veces no es multitarea, sino cambio rápido de tareas, conocido como task switching. Cada vez que saltamos de una actividad a otra, el cerebro tiene que “cerrar” el conjunto de reglas de la tarea anterior e “iniciar sesión” en el nuevo conjunto de reglas de la tarea siguiente. Ese microproceso, que no percibimos conscientemente, consume tiempo y energía.
Ese tiempo y esa energía perdidos se conocen como coste del cambio. Aunque el cambio se complete en milisegundos, si lo repetimos de forma continua durante horas, el impacto sobre la productividad y el cansancio acumulado es enorme. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando estamos escribiendo un correo y cada dos minutos miramos el móvil o la bandeja de entrada: cada interrupción implica que tengamos que releer lo último que escribimos para recuperar el hilo.
Los estudios con neuroimagen y experimentos conductuales muestran que, cuando creemos estar haciendo dos tareas complejas a la vez (por ejemplo, mantener una conversación telefónica y redactar un correo), realmente vamos alternando. O bien cometemos más errores en lo que escribimos, o bien dejamos de escuchar parte de lo que nos dicen. No hay magia: el foco solo puede estar en un sitio a la vez.
Por qué la multitarea reduce la productividad
Una de las grandes promesas de la multitarea es que nos haría más eficientes, pero la evidencia señala lo contrario: hacer muchas cosas a la vez suele significar hacerlas peor y más despacio. Diversos estudios recogidos por la Asociación Estadounidense de Psicología apuntan a que la productividad puede caer hasta un 40 % cuando intentamos alternar entre tareas cognitivas complejas.
Este descenso de rendimiento tiene varios componentes. Por un lado, el ya mencionado coste del cambio: cada vez que cambiamos de tarea perdemos segundos en reorganizar la mente. Por otro, la calidad se resiente, lo que se traduce a menudo en tener que revisar y corregir más, con lo que el tiempo total invertido aumenta.
Además, la multitarea constante afecta a nuestra memoria de trabajo. Al repartir la atención entre muchas fuentes de información, retenemos menos de lo que hacemos y aprendemos, lo cual es especialmente problemático en contextos de estudio o formación. Se ha observado, por ejemplo, que el alumnado que consulta el móvil mientras atiende en clase o estudia obtiene peores resultados y retiene menos contenido.
Paradójicamente, quienes más presumen de ser buenos en multitarea suelen ser los menos eficaces. Algunas investigaciones indican que las personas que se autoevalúan como grandes “multitaskers” tienen, en realidad, más dificultades para filtrar información irrelevante, cambian de tarea con menos eficiencia y recuerdan peor lo que estaban haciendo.
La tecnología ha disparado esta sensación de falsa productividad: notificaciones, correos, chats, redes sociales… Todo nos invita a interrumpir lo que hacemos para atender algo “urgente” que, la mayoría de las veces, no lo es. El mero hecho de saber que tenemos un correo sin leer puede reducir temporalmente nuestro rendimiento cognitivo, como han mostrado algunos estudios que comparan este efecto con el de dormir mal o incluso con el consumo de ciertas sustancias.
Errores, seguridad y coste emocional de hacer demasiadas cosas a la vez
Más allá del rendimiento laboral o académico, la multitarea tiene un impacto directo en la probabilidad de cometer errores y en nuestra seguridad. Un ejemplo claro es la conducción: hablar por teléfono mientras se conduce aumenta los fallos y reduce la conciencia de estar cometiéndolos; escribir mensajes al volante multiplica el riesgo de accidente de forma dramática.
En contextos menos extremos, como una reunión de trabajo o una conversación de pareja mientras miramos el móvil, el efecto es similar pero más sutil: no prestamos atención plena a ninguna de las dos cosas, nos perdemos matices, olvidamos datos y damos pie a malentendidos. La sensación subjetiva de “me apaño bien” no coincide con lo que realmente registran los experimentos.
También hay un impacto claro en el plano emocional y fisiológico. La multitarea continuada activa con frecuencia el sistema nervioso simpático, encargado de ponernos en modo acción, y reduce la actividad del sistema parasimpático, vinculado a la relajación. Es decir, vivimos en un estado de microalerta constante, aunque no lo notemos de forma consciente al principio.
Varios estudios han preguntado a las personas cómo se sienten cuando realizan varias tareas a la vez: aparecen con fuerza emociones como el agobio, la frustración o la sensación de fatiga mental, incluso si los niveles de cortisol (una hormona relacionada con el estrés) no se disparan en sangre. El cansancio que sentimos al final del día suele tener mucho que ver con esta forma de trabajar “a trompicones”.
La multitarea también interfiere con la consolidación de la memoria. Cuando alternamos continuamente entre estímulos (por ejemplo, dos pantallas a la vez), el cerebro tiene más dificultades para fijar la información a largo plazo. Se ha relacionado este patrón con la clásica sensación de “tener algo en la punta de la lengua”: sabemos que lo hemos visto u oído, pero no logramos recuperarlo con claridad porque no llegó a consolidarse bien.
Multitarea, alta capacidad intelectual y automatización
Circula con frecuencia la idea de que las personas muy inteligentes son especialmente buenas haciendo varias cosas a la vez, como si su cociente intelectual les permitiera procesar más información en paralelo. La realidad es algo más matizada: el cerebro, por muy capaz que sea, sigue sujeto a las mismas limitaciones básicas de atención.
Lo que sí se observa es que las personas con alta capacidad intelectual tienden a automatizar ciertos procesos de forma más rápida y profunda. Actividades como leer, tocar un instrumento, teclear o conducir se vuelven muy fluidas gracias a la práctica deliberada, lo que libera recursos de atención para dedicar a otras tareas complementarias.
Automatizar significa que parte del procesamiento se desplaza a circuitos neuronales más eficientes, generando más mielina y facilitando que la información viaje más rápido. De este modo, la mente queda más “despejada” para encargarse de operaciones complejas, como razonar, crear conexiones nuevas o resolver problemas.
Sin embargo, incluso en estos casos, el foco sigue siendo unitario: la persona no está pensando conscientemente en varias cosas a la vez, sino que una parte de la tarea se ha vuelto tan automática que casi no requiere supervisión. En contextos de doble excepcionalidad, como la dislexia, o en casos de TDAH, surgen dificultades adicionales con la automatización y la modulación de la atención, lo que complica aún más la alternancia entre tareas.
Estudios clásicos sobre el coste de cambiar entre tareas sencillas han mostrado que, aunque se conozca de antemano el patrón de cambio, siempre hay una penalización en tiempo y precisión. En otras palabras, ni siquiera el cerebro más brillante puede escapar del peaje cognitivo que supone ir saltando de un tipo de procesamiento a otro.
Foco frente a multitarea: cuándo combinar y cuándo no
Ante este panorama, muchas investigaciones señalan el foco como la gran alternativa a la multitarea. Poner foco significa centrarse en una sola tarea relevante, sin distracciones, hasta llevarla a un punto claro de avance (terminarla o dejarla en un hito concreto), y solo entonces pasar a la siguiente.
La mayoría de los estudios coinciden en que trabajar así nos permite tomar mejores decisiones, permanecer más presentes en lo que hacemos y obtener resultados de mayor calidad. Además, al reducir los cambios de contexto, ahorramos mucha energía mental, lo que se traduce en menos agotamiento al final del día.
Esto no significa que tengamos que renunciar por completo a combinar tareas. La clave está en distinguir entre tareas complejas que requieren concentración (por ejemplo, resolver una ecuación, escribir un informe, estudiar un tema nuevo) y tareas rutinarias o mecánicas (como doblar ropa, caminar, hacer ejercicio moderado o cocinar algo sencillo).
En la práctica, se podrían agrupar tres escenarios:
- Dos tareas complejas: escribir un artículo mientras resolvemos problemas matemáticos, seguir una reunión y redactar un informe a la vez. Mala combinación: el foco se fragmenta y el rendimiento se desploma.
- Una tarea compleja y una mecánica: correr en la elíptica mientras vemos una serie en versión original para practicar idiomas. Hay cierta pérdida de eficiencia, pero puede ser aceptable si sabemos que la tarea mecánica ya va “en piloto automático”.
- Dos tareas sencillas y automatizadas: cocinar algo que sabemos hacer de memoria mientras escuchamos música. Aquí la interferencia es baja y solemos manejarnos bien.
El problema es que, en el día a día, nos empeñamos en meter en el mismo saco actividades que sí necesitan concentración: contestar WhatsApps durante una reunión, revisar redes mientras estamos con alguien importante o atender a varias ventanas de trabajo críticas a la vez. Ahí es donde el coste cognitivo se dispara.
Estrategias prácticas para escapar de la trampa de la multitarea
Si aceptar que la multitarea es un mito resulta incómodo, cambiar de hábitos lo es todavía más. Aun así, hay varias estrategias sencillas que nos ayudan a recuperar el control sobre nuestra atención y mejorar la productividad sin castigar al cerebro.
La primera es aprender a priorizar y planificar. En lugar de intentar hacerlo todo a la vez, conviene decidir qué tareas son realmente importantes y asignarles bloques de tiempo específicos. Esto puede pasar por organizar el día en tramos de trabajo profundo y tramos para asuntos más ligeros (correos, llamadas, gestiones).
Otra táctica muy efectiva es la monotarea deliberada: elegir conscientemente una sola tarea y comprometerse a no cambiar durante un periodo limitado. Herramientas como la técnica Pomodoro, que propone bloques de 20-25 minutos de concentración seguidos de una breve pausa de 5 minutos, funcionan bien para compensar el descenso natural de atención que aparece con el paso del tiempo.
En paralelo, es clave reducir distracciones externas: silenciar notificaciones, cerrar pestañas que no necesitamos, dejar el móvil lejos cuando estamos en una conversación o reunión relevante… Cada interrupción evitada es energía mental que preservamos. También ayuda practicar la atención plena o mindfulness, que entrena la capacidad de traer de vuelta la atención cuando se dispersa.
No hay que olvidar el descanso. El rendimiento sostenido no depende solo de la organización del trabajo, sino también de respetar momentos para desconectar, relajarse y recargar energías. Dormir bien, hacer pausas cortas y alejarse periódicamente de las pantallas contribuye a que el sistema nervioso recupere su equilibrio entre activación y calma.
Por último, en entornos de estudio o formación online, donde la tentación de abrir mil pestañas es permanente, es muy útil diseñar un entorno de trabajo lo más limpio posible y aprovechar la flexibilidad horaria para concentrar el estudio en momentos de mayor lucidez, minimizando las interferencias.
Comprender cómo funciona realmente el cerebro cuando intentamos ser multitarea nos permite tomar decisiones más inteligentes: usar la combinación de tareas solo cuando una de ellas sea automática y reservar el foco total para lo importante. De esta forma, no solo trabajamos con más calidad y menos errores, sino que protegemos nuestra salud mental, reducimos la sensación de ir siempre con la lengua fuera y dejamos espacio a la creatividad y al aprendizaje profundo.
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